Por Ángeles Vázquez, Conselleira de Medio Ambiente, Territorio e Vivenda de la Xunta de Galicia
Galicia pone en marcha su Estrategia de biorresiduos y residuos municipales 2022-2023, con ocho grandes líneas de actuación y dotada con más de 60 millones de euros, para optimizar los servicios de recogida de residuos urbanos e impulsar la economía circular desde el ámbito local.
El ser humano es el inquilino del planeta que mayor volumen de residuos genera a lo largo del día. Por esa razón, el mundo tiene ante sí un reto sin precedentes, como es la imperiosa necesidad de mejorar su gestión.
Es cierto que el mejor residuo es aquel que no se produce, pero una vez que está en nuestras vidas, debemos ser consecuentes y buscar la solución más sostenible y que genere el menor impacto posible en el medio ambiente.
La sociedad actual tiene que ser consciente de la necesidad de cambiar el modelo de consumo lineal, en el que operamos, por el circular, que busca la optimización de los recursos y el aprovechamiento de las múltiples vidas de un producto.
Conscientes de que uno de los primeros pasos es marcar las reglas del juego, la Xunta elaboró tres instrumentos concretos para fijar la senda por la que nuestra Comunidad Autónoma quiere avanzar para implantar la economía circular: la Ley de residuos de Galicia, la Estrategia gallega de economía circular 2030 y la Estrategia gallega de cambio climático y energía 2050.
El objetivo es reducir la generación de residuos y, a aquellos que entran en la cadena del desecho, darles todas las oportunidades posibles, a través del reciclaje y la recuperación, y convertirlos en nuevas materias primas con nuevas vidas.
Hoy hemos normalizado e interiorizado, en nuestra rutina diaria, el reciclaje de vidrio, el papel-cartón o los envases de plástico, briks y latas; pero esto sigue sin ser suficiente, y está claro que debemos apretar el acelerador.
Por esta razón, la Xunta abordó la Estrategia gallega de biorresiduos y residuos municipales 2022-2023, con ocho grandes líneas de actuación y dotada con más de 60 millones de euros, para optimizar los servicios de recogida de residuos urbanos e impulsar la economía circular desde el ámbito local.
No obstante, en esta planificación cobra una importancia especial una nueva materia: los biorresiduos. La sociedad debe familiarizarse ya con su recogida separada en el hogar —a través del quinto contenedor, el marrón— para introducir esta materia en la economía circular antes del 31 de diciembre de 2023, tal y como marca la normativa europea, y darle una nueva vida como fertilizante natural: el compost.
Una vuelta de tuerca más en nuestra cultura sobre la gestión de residuos que implica esfuerzos por parte de cada uno de nosotros. No solo los ciudadanos debemos interiorizar una nueva clasificación e integrar en nuestras vidas un nuevo color, sino que también las administraciones locales deben mudar sus ordenanzas.
Al tratarse de un residuo municipal, cada ayuntamiento deberá decidir y apostar por un modelo de separación, o por una combinación de los mismos: el contenedor marrón, el compostaje comunitario o el compostaje individual. En todos los casos, como no podría ser de otra manera, con el apoyo de los incentivos del Gobierno gallego, que suman 20 millones de euros.
Este esfuerzo que deben asumir las entidades locales tendrá en Galicia su principal sostén en la red de infraestructuras para la valorización de la materia orgánica diseñada por la Xunta, a través de Sogama. Estará formada por cuatro grandes plantas de biorresiduos, una por cada provincia gallega: Cerceda (A Coruña), ya en funcionamiento, Cervo (Lugo), Verín (Ourense) y Vilanova de Arousa (Pontevedra); y se completará con 13 plantas de transferencia que se están construyendo o adaptando.
Un total de 17 instalaciones que estarán operativas y al servicio de las entidades municipales, y que garantizarán que la gran mayoría de los ayuntamientos gallegos dispongan de una planta de biorresiduos o de transferencia a menos de 50 kilómetros de distancia.
Un ahínco de la Xunta que no solo se refleja en su capacidad de análisis y planificación, sino también en las cuentas autonómicas, que blindan un presupuesto de casi 40 millones de euros para la puesta en marcha.
Nuestros hábitos y costumbres, a lo largo de los años, han cambiado, algo que se puede constatar en los residuos que generamos. Nuestros hogares y centros de trabajo atesoran aparatos electrónicos y eléctricos en desuso, pero útiles y servibles, siempre que se depositen en el sitio correcto y se les dé el tratamiento adecuado.
Y en esta tarea cobran importancia los puntos limpios. Las 150 instalaciones fijas que forman la red gallega permiten la recogida y almacenamiento de residuos de diversa naturaleza, que por su volumen o características no deben depositarse en el colector general y, bajo ningún concepto, deberían ser los protagonistas de un punto de vertido incontrolado.
En este sentido, facilitar a los vecinos las instalaciones correctas es imprescindible para que sus gestos responsables y comprometidos no pierdan valor. Es por ello que la Xunta decidió implantar hace varios años una línea de ayudas —dirigida a los ayuntamientos— para facilitar la adquisición de puntos limpios móviles y camiones especiales de recogida para estar donde está el residuo, e introducirlo en la cadena de preparación para la reutilización o el reciclaje.
Los textiles son otro ejemplo referente de la capacidad que tienen los residuos domésticos para convertirse en nuevas materias primas o productos. La moda es un sector en constante evolución, y el consumo que ha experimentado en las últimas décadas provoca grandes cantidades de deshechos; pero sobre todo esta producción con niveles mundiales desorbitados requiere de un importante volumen de recursos y materias primas para atender la demanda actual de la sociedad.
Este estado de bienestar que construimos en base a una premisa errónea, cuanto más tenemos, más felices somos, nos aleja de una histórica ecuación que nuestro medio ambiente exige ya, sin demoras ni pausas: menos es más.
No me equivoco al afirmar que antaño nuestros mayores no consideraban los textiles un residuo. Existen varias razones: se compraba menos, lo que evitaba la demanda de recursos y materias primas; se recuperaba su valor, pasaba a formar parte de la vida de otro individuo del hogar o se arreglaba para reforzar su utilidad; y se reciclaba, un pantalón cambiaba de temporada con el tris-tras de las tijeras. Sin saberlo, y sin ponerle las etiquetas que hoy conocemos, estaban apostando por la economía circular frente al modelo lineal (producir, usar y tirar), más presente en nuestras actuales vidas.
Lamentablemente, aunque hoy mantenemos algunas buenas costumbres, nuestros hábitos de consumo pasan por dar menos vida a nuestras prendas, antes decidimos desecharlas de nuestro vestidor, y, en consecuencia, se convierten en un residuo de una manera más rápida.
En todo caso, debemos recordar que existen alternativas y oportunidades para estas materias en desuso, y Galicia debe apostar por ellas. Por esa razón, apoyados en los fondos europeos, habilitamos dos líneas de incentivos dirigidas a los gestores, que suman 2,8 millones de euros, para implantar nuevas instalaciones de preparación y de reciclaje, para apoyar y fomentar la correcta gestión de los residuos textiles.
Es decir, tenemos opciones y soluciones; se abren oportunidades que debemos aprovechar y por las que tenemos que apostar. Necesitamos respuestas a fenómenos y problemas de impacto global, que nos impliquen a todos, con independencia de dónde estemos ubicados y de nuestro tamaño o circunstancias, para rescatar unas materias primas valiosas, como son los residuos, con el objetivo de que su reintroducción sea —cada vez más— una realidad y no una opción.
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