Las diferencias en la distribución de zonas verdes en las ciudades suponen una injusticia social que aumenta la exposición a las altas temperaturas y a la contaminación ambiental a las comunidades vulnerables
El aumento de las olas de calor es un desafío crítico para la planificación urbana y la salud pública. Durante el verano de 2022, que marcó otro récord histórico de altas temperaturas, España registró más de 11 300 fallecimientos atribuibles al calor, convirtiéndose así en el segundo país de Europa con más decesos por esta causa ligada a la crisis climática.
Esta cifra no solo es alarmante sino que subraya la urgencia de diseñar e impulsar medidas efectivas para combatir los efectos de las olas de calor en las ciudades, los cuales se ven exacerbados, entre otro elementos, por el efecto isla de calor, que intensifica las altas temperaturas en áreas urbanas densamente pobladas. Estas islas de calor están estrechamente relacionadas con materiales y superficies que tienen una alta capacidad para capturar y retener el calor del sol, como el asfalto y el hormigón.
En este sentido, las áreas verdes urbanas, como parques, jardines y arbolado, desempeñan un papel fundamental en la mitigación del calor al proporcionar sombra y la evapotranspiración de la vegetación, que refresca el ambiente.
Existen cada vez más evidencias de que la infraestructura verde urbana mejora la habitabilidad de las ciudades durante los días más calurosos.
Sin embargo, la forma en que se planifican y desarrollan nuestras ciudades puede influir en la cantidad y calidad de las áreas verdes disponibles. La manera en que las ciudades se han diseñado y expandido a lo largo de la historia a menudo ha resultado en la concentración de más áreas verdes en ciertos lugares, dejando ciertas zonas, y a las comunidades que las habitan, con un menor acceso a espacios verdes.
La injusticia social que supone la distribución desigual de los recursos en las ciudades no es nueva. Un ejemplo paradigmático es la práctica discriminatoria conocida como ‘redlining’, promovida por los programas gubernamentales de propiedad de viviendas en Estados Unidos durante los años 30.
El redlining implicaba negar servicios financieros, como préstamos hipotecarios o seguros (una forma de ayuda federal durante la Gran Depresión) a ciertas personas basándose en su ubicación geográfica y características demográficas, como su color de piel o etnia.
Esta práctica condujo a la segregación racial y socioeconómica en las ciudades, exponiendo a las comunidades más pobres y racializadas a condiciones ambientales adversas. La falta de inversiones en áreas verdes en los vecindarios afectados exacerbó estas disparidades.
Además, el redlining también está intrínsecamente relacionado con la formación de islas de calor urbano y el racismo ambiental. Al concentrar a las comunidades más pobres y racializadas en áreas con menor inversión en infraestructura verde, expuso a estas zonas a situaciones de calor más intenso y a una mayor contaminación ambiental.
Así, las disparidades derivadas de la gestión y desarrollo urbanos a lo largo de la historia (“efecto legado”) se suman al “efecto de lujo”, por el que las áreas en las que habitan personas de mayor poder adquisitivo (las zonas urbanas más ricas) tienden a tener una mayor cobertura árborea y de biodiversidad urbana.
Con el tiempo, estas desigualdades se acumulan, creando una distribución injusta respecto a los efectos del aumento de temperatura en las ciudades. Esta injusticia se traduce, por ejemplo, en mayores riesgos para la salud para aquellas personas que habitan zonas urbanas económicamente desfavorecidas.
La exposición al calor representa un desafío urgente en las ciudades, con impactos desiguales sobre la salud pública y el medio ambiente. Las altas temperaturas urbanas pueden reducir la productividad laboral, afectar al rendimiento cognitivo y la capacidad de aprendizaje, además de contribuir al aumento de las tasas de morbilidad y mortalidad.
Algunas personas son más vulnerables al calor debido a factores como la edad, la falta de recursos y enfermedades preexistentes.
Para evaluar estas disparidades y su impacto en la justicia ambiental, investigadores del Basque Centre for Climate Change (BC3) y la Vrije Universiteit Brussel hemos llevado a cabo un estudio en Vitoria-Gasteiz, internacionalmente reconocida como Capital Verde Europea en 2012. Nuestro objetivo fue estimar y mapear el suministro y la demanda de servicios ecosistémicos de regulación térmica urbana.
Utilizando la plataforma de inteligencia artificial ARIES, junto con datos de teledetección, salud y sociodemográficos, evaluamos la disponibilidad de este servicio ecosistémico proporcionado por las áreas verdes urbanas, así como la vulnerabilidad al calor como un determinante de la demanda de dicho servicio ecosistémico.
Nuestros hallazgos para el caso de Vitoria-Gasteiz revelan preocupantes inequidades respecto a la distribución de los niveles de vulnerabilidad a las altas temperaturas, especialmente en el casco viejo y cerca de zonas industriales. Allí la compresión y la concentración de materiales que absorben el calor, así como la densidad de población urbana y la cobertura vegetal reducida, son más pronunciadas.
Además, identificamos disparidades en la vulnerabilidad al calor entre diferentes grupos sociodemográficos. Los colectivos con menor poder adquisitivo, los niños y las personas con problemas de salud crónica (como cáncer y diabetes) sufren de manera desproporcionada los efectos de episodios de calor extremo.
Estos resultados ponen de manifiesto la necesidad de intervenciones de mitigación de los efectos de las olas de calor que estén basadas en la naturaleza, como el aumento de la cobertura vegetal y la implementación de muros y techos verdes. Estas acciones deben centrarse especialmente en las comunidades más desfavorecidas y vulnerables al calor.
Además, es crucial abordar las diversas necesidades relacionadas con la vulnerabilidad al calor, que pueden variar según diferentes factores. Algunos grupos pueden necesitar más que vegetación y sombra para protegerse del calor.
Es importante considerar la implantación de sistemas de alerta temprana y redes de apoyo para los más vulnerables, así como proporcionar espacios seguros durante eventos climáticos extremos. Esto ayudaría a garantizar que todas las personas puedan beneficiarse de entornos urbanos más adaptados al calor y, por lo tanto, más saludables.
Autores: Celina Aznarez, Alba Márquez, Unai Pascual, Sudeshna Kumar, BC3 - Basque Centre for Climate; Francesc Baró, Universiteit Brussel.
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