Los parques y espacios verdes son una oportunidad para cuidar nuestra salud y proporcionan una vía para proteger el planeta, de forma que podamos ser felices durante más tiempo en un medio habitable
Levantarnos a las 7:00 de la mañana, ducharnos adormilados, desayunar a toda prisa, bregar con un atasco y una marabunta humana para ir a trabajar o a estudiar, comer de fiambrera recalentada, volver a casa, hacernos cargo de personas dependientes, ir a la compra, poner una lavadora y un largo etcétera de tareas y responsabilidades con las que lidiamos día a día.
¿Se puede compaginar este ritmo de vida frenético con el mantenimiento de un estado emocional saludable? ¿Cómo se puede ser feliz ante semejantes niveles de estrés? Es posible que la solución esté más cerca de lo que creemos.
El verde se asocia tradicionalmente con la esperanza de la primavera y las cosechas agrícolas que garantizan alimentos y bonanza para los meses venideros. Esta concepción clásica puede adaptarse al campo de la salud mental.
De hecho, según estudio publicado en la revista Nature, tener contacto visual con parques urbanos puede causar una sensación de alivio emocional. A priori, mirar por la ventana y encontrar un espacio vegetado y abierto parece más atractivo que toparse con una mole de hormigón asfixiante, ¿verdad?
Además, nuestro estado emocional también se relaciona de forma directamente proporcional con nuestro trabajo, en concreto, con la satisfacción laboral. Por tanto, el simple contacto sensorial con la naturaleza desde casa y el trabajo podría traducirse en ganancias para nuestro bienestar emocional.
El hecho de que esta asociación exista en nuestros entornos más habituales es fundamental, pues permite tomar medidas sostenibles en el tiempo y así obtener beneficios y mejoras en nuestra salud mental a largo plazo.
De esta forma, si tiene la suerte de vivir, estudiar o trabajar cerca de una zona o parque verde, tendrá a mano una medida muy sencilla para poder rebajar ligeramente la carga emocional del día a día: puede echar un vistazo por la ventana cada cierto tiempo.
Pero, ¿qué pasa si no tiene la suerte de tener cerca una zona verde? La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto la importancia de los parques como espacios de uso social. Los confinamientos tuvieron importantes consecuencias emocionales en los ciudadanos, llegando a provocar situaciones de soledad, ansiedad o incluso depresión. En parte, la acentuación de ciertas patologías psicológicas podría haber tenido su raíz en la limitación de acceso a espacios verdes.
No en vano, un estudio a escala mundial identificó un incremento significativo en el uso recreativo de parques urbanos durante los períodos de confinamiento flexible. Asimismo, el valor atribuido a las zonas verdes por parte de la ciudadanía ha crecido durante la pandemia.
Además, este tipo de hallazgos están muy en línea del uso de los parques para multitud de propósitos como andar, correr, pasear animales, montar en bicicleta, reunirse con amigos o, simplemente, disfrutar del aire libre.
Todas estas actividades sirven para disminuir el estrés cotidiano, además de fomentar la motivación, el autocontrol y la autoestima. En última instancia, esto redunda en una mejora del estado anímico que conduce a una mayor felicidad y bienestar.
Las formas de disfrutar de un parque o de espacios verdes son muy variadas y abarcan distintos niveles de exigencia física y de tiempo, ofreciendo opciones para todos los gustos. Un día da lugar a ratos muertos que pueden acomodarse a este tipo de actividades.
En vez de invertir siempre estos instantes en ver un capítulo de la serie del momento, a veces conviene dedicarlos a dar un paseo consciente en un parque próximo.
Como hemos visto, la evidencia científica que existe acerca de las bondades de la infraestructura verde es amplia. El reto ahora es conseguir que parques y espacios verdes estén también ampliamente presentes en la planificación urbana.
No obstante, no se trata tanto de una cuestión de extensión como de una distribución equitativa. Dentro de una misma ciudad debe garantizarse el equilibrio en la accesibilidad a zonas verdes de calidad, con énfasis en los colectivos más vulnerables.
En este sentido, algunos estudios relacionan un mayor grado de bienestar mental con la presencia de parques a distancias no superiores a 250 metros. Cifras como esta deberían ser tomadas en cuenta por parte de las administraciones públicas para lograr un diseño urbano inclusivo.
Además, esta labor de planificación daría lugar a una serie de beneficios adicionales para la salud, dado que las zonas verdes contribuyen a mejorar la calidad del aire, aumentar el confort térmico y reducir el ruido en su entorno.
La infraestructura verde también está llamada a jugar un papel crucial para nuestro bienestar futuro como habitantes del planeta. Si se adoptan estrategias para fomentar su presencia, su capacidad de secuestro de carbono podría ayudar a atenuar sustancialmente el cambio climático inducido por el ser humano.
En definitiva, los parques y espacios verdes son más que una oportunidad para cuidar de nuestra salud: también proporcionan una vía para proteger el planeta, de forma que podamos ser felices durante más tiempo en un medio habitable.
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