Aunque estos espacios parecen intervenciones fáciles y sencillas, en realidad requieren una cuidadosa planificación. Deben estar bien distribuidos y ser de fácil acceso y culturalmente apropiados para que cualquier persona se sienta b
Cuando volvía andando a casa del trabajo el pasado lunes, una de las autoras de este artículo fue testigo de una escena impactante: una mujer mayor se encontraba sentada en el suelo rodeada de policías y personal de emergencias. Le abanicaban. Tenía la mano en la cara y se cogía el pecho. Había sufrido un golpe de calor.
La tarde en Bilbao era muy calurosa y húmeda. A pesar de que la previsión indicaba unos 29 grados a esa hora del día, la temperatura real en esta ciudad densamente urbanizada fácilmente podría superar los 33 grados.
¿Se podría haber evitado este desafortunado incidente si la mujer hubiera accedido a un refugio climático cuando lo necesitaba?
En pocas palabras, los refugios climáticos son espacios en edificios públicos o en el exterior que ofrecen confort térmico durante los periodos de altas temperaturas, bien porque están climatizados o porque posibilitan lo que antaño llamábamos “estar al fresco”.
Aunque varían de ciudad a ciudad, incluyen generalmente parques arbolados, bibliotecas, centros cívicos, museos, escuelas y, por qué no, iglesias.
En España, la mayoría de los refugios climáticos están dirigidos a proporcionar cobijo durante olas de calor pero algunas ciudades, como la pionera Barcelona, han empezado también a ofrecer protección para el frío extremo.
Los refugios climáticos están abiertos a cualquier persona que lo necesite, pero están particularmente pensados para niñas y niños, personas mayores o con patologías preexistentes así como personas sin hogar o que residen en edificios en malas condiciones.
Se crean con el objetivo de reducir la exposición de estas personas a las temperaturas extremas y así disminuyen el riesgo de que estas condiciones climáticas adversas afecten gravemente a su salud.
Sin embargo no son infraestructuras nuevas, sino espacios preexistentes que han sido repensados como refugios además de seguir con sus funciones originales. Por ejemplo, una biblioteca que continúa siendo una biblioteca pero también dispone de un espacio y de un protocolo para servir como refugio a las personas que lo necesiten durante olas de calor o de frío.
¿Puede cualquier espacio convertirse en refugio? ¿Cuáles son las condiciones que estos espacios deben cumplir para reducir de manera efectiva el riesgo para la salud?
Como mínimo, los refugios climáticos deberían ser espacios para que cualquiera que lo necesite y que viera comprometida su salud pudiera descansar adecuadamente para reducir los síntomas de estrés térmico (por ejemplo, sequedad, dolor de cabeza, respiración y frecuencia cardiaca acelerada, ¡incluso fiebre!).
Por lo tanto, los refugios deben disfrutar de condiciones climáticas adecuadas: interiores climatizados y exteriores sombreados. Deberían tener acceso a puntos de agua y servicios públicos, espacios para sentarse (imagínense otra vez a nuestra mujer de Bilbao, tirada en la acera), y también estar claramente señalizados y distribuidos a lo largo de la ciudad.
Una red efectiva de refugios climáticos debe cubrir especialmente aquellas zonas donde se concentran las comunidades más vulnerables o donde las condiciones de la urbanización y de la actividad (alta densidad de coches, conglomerados densos, falta de espacios verdes y sombreado) las convierten en auténticos “hornos”.
Sin embargo, la reciente experiencia en este campo nos dice que la mera existencia de un refugio climático no es suficiente para garantizar su uso cuando se necesita, especialmente cuando se trata de grupos marginados y vulnerables. Es crucial que cualquier persona, independientemente de su género, raza, cultura, religión, edad, orientación sexual, habilidades y situación económica se sienta bienvenida.
Además, aunque parezca obvio, los refugios climáticos tienen que permanecer abiertos durante los meses más calurosos del año. Muchos edificios públicos reducen su horario de apertura al público durante el verano y esto no es en absoluto compatible con su función de refugio.
Esto puede resultar un reto ya que las propias olas de calor pueden ocasionar cortes en los suministros de energía y condiciones insalubres dentro de los edificios, aunque estén climatizados.
Es extremadamente importante también establecer protocolos durante las olas de calor y formar al personal trabajador para que pueda gestionar situaciones de emergencia. No olvidemos que tienen otras responsabilidades y que esto puede sobrepasar sus capacidades.
Imaginemos a nuestra señora de Bilbao, ¿cómo habría que atenderle? ¿Cuándo sería oportuno llamar a emergencias? Es necesario establecer una respuesta coordinada.
Está claro que, aunque los refugios climáticos parecen intervenciones fáciles y sencillas para adaptarnos al cambio climático, en realidad requieren una cuidadosa planificación y cierta inversión de recursos.
Es importante que los refugios climáticos no se conviertan en un nuevo caso de climate washing (lavado de cara clamando acción climática).
Para ello, es crucial que estos espacios estén distribuidos en la ciudad, sean de fácil acceso y sean culturalmente apropiados de manera que cualquier persona se sienta bienvenida mientras busca reducir su estrés térmico. Pero sobre todo, no olvidemos que los refugios son una medida ante una emergencia.
No pueden ser pensados como soluciones únicas, porque no resuelven el problema. Sin duda, deben ir acompañados de otras medidas de adaptación como las siguientes:
Aumentar la cobertura verde, el número de árboles y su frondosidad.
Reducir el asfalto y el tráfico (dominantes fuentes de calor en áreas urbanas).
Rehabilitar viviendas para mejorar el aislamiento de las fachadas y tejados y así incrementar el confort térmico.
Incidir en la educación y en la comunicación como herramientas para instruir a las personas sobre cómo prepararse y actuar ante una ola de calor.
Los refugios climáticos desempeñan un papel esencial en nuestras ciudades altamente densas y urbanizadas, dominadas por el asfalto y el coche, donde los espacios verdes y las fuentes escasean y nuestros edificios envejecen.
Mientras se trabaja pacientemente, pero sin descanso, para mejorar estos ámbitos, las redes de refugios son críticas para muchas comunidades vulnerables altamente expuestas a las islas de calor urbanas.
No olvidemos que los refugios no van a reducir ni el calor ni los factores que hacen a estas personas más vulnerables. Ayudan a reducir su exposición y mejorar su capacidad de respuesta en momentos de estrés (que no es poco), pero nunca serán suficientes si buscamos ciudades y ciudadanía capaces de enfrentarse exitosamente a los impactos del cambio climático sin dejar a nadie atrás.
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