La pandemia, el cambio climático y la guerra de Ucrania han afectado especialmente a los grupos vulnerables. Es necesario reducir las desigualdades en las ciudades para afrontar estos y otros retos que nos esperan en el futuro
La pandemia de covid-19 ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad ante nuevas enfermedades hasta ahora desconocidas. En España este virus se ha saldado con más de 100 000 fallecidos. Además, el impacto a nivel psicológico y económico en las familias ha sido devastador.
El cambio climático es otra de las grandes amenazas de estos tiempos. Fenómenos como las olas de calor, las sequías, las lluvias torrenciales y el derretimiento de los glaciares cada vez son más frecuentes. Nuestra salud y bienestar están en juego.
También hemos visto en los últimos meses cómo un conflicto bélico puede desestabilizar las relaciones socioeconómicas en todo el mundo. La inflación y los problemas de abastecimiento que hemos vivido en los últimos meses a causa de la guerra en Ucrania son pruebas de ello.
Son grandes los desafíos e incertidumbres a las que nos enfrentamos hoy en día. ¿Estamos preparados para afrontarlos?
La resiliencia es la capacidad de gestionar los cambios a través de procesos de adaptación y transformación. Una ciudad es resiliente cuando puede mantener y recuperar rápidamente sus funciones más esenciales. A su vez debe ser capaz de transformarse para prepararse o reaccionar ante futuros cambios.
Para que una ciudad sea sostenible también tiene que ser resiliente. Así está reconocido en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. El objetivo debe ser mejorar la calidad de vida de la ciudadanía.
Los ODS incluyen cuestiones como la erradicación de la pobreza, la igualdad de género, la lucha contra el cambio climático y el diseño de nuestras ciudades. En ellos se integran tanto la esfera ambiental como la económica y la social. El camino hacia una ciudad más sostenible puede verse alterado por disrupciones en cualquiera de estas esferas. La resiliencia es la capacidad de responder ante ellas para no alejarse de ese camino.
Muchos gobiernos locales están desarrollando estrategias de resiliencia urbana. Un ejemplo es el caso de Barcelona. Estas estrategias sirven de guía para otros gestores o los tomadores de decisiones.
No hay una única receta para construir ciudades más resilientes. Depende de las características de cada una. Pero también de lo que entendamos por resiliencia. En este artículo queremos dar algunas claves que consideramos importantes.
A la hora de diseñar estrategias de resiliencia urbana hay que tener en cuenta diversas premisas: ¿para quién las diseñamos? ¿Qué parte de la ciudad queremos que sea resiliente y a qué tipo de adversidad? ¿Queremos que sea resiliente a corto plazo, o también a medio y largo plazo? Dependiendo de cómo respondamos a estas preguntas fomentaremos la equidad entre las personas o incrementaremos aún más las desigualdades sociales.
En nuestras ciudades existen grupos de población más vulnerables a los cambios y adversidades. Por ejemplo, las familias con menos recursos económicos son en general las que más sufren las crisis económicas. O aquellas que viven en barrios más densamente poblados pueden sufrir más los efectos de las olas de calor. Es a estos grupos a quien más hay que prestar atención si queremos que toda la población sea igual de resiliente.
Por otro lado, se puede ser resiliente ante un tipo concreto de adversidad. Por ejemplo, las ciudades que tienen un riesgo alto de sufrir huracanes, terremotos o incendios por proximidad a zonas boscosas suelen diseñar planes específicos para afrontarlos. Pero no solo hay que prepararse para los cambios conocidos. También para los desconocidos o inesperados.
A la hora de diseñar estrategias de resiliencia hay que pensar a corto, medio y largo plazo. Por ejemplo, ante fenómenos meteorológicos extremos no debemos pensar en volver únicamente a la situación anterior en el menor tiempo posible. Esa situación es la que nos ha hecho vulnerables ante ese fenómeno. Hay que diseñar estrategias, planificar cambios en la infraestructura urbana que nos ayuden a responder rápidamente ante las situaciones adversas que puedan venir, pero también a transformar las ciudades para ser más resilientes en el futuro.
Por último, toda la ciudad tiene que ser resiliente por igual. Por esa razón hay que priorizar a los barrios más vulnerables. Promover la resiliencia en determinadas partes de la ciudad no tiene que ir en detrimento de la resiliencia de otros barrios.
Las ciudades se componen de diversas dimensiones. En todas ellas se puede y se debe fomentar la resiliencia. Estas dimensiones son: la sociocultural, la económica, la ecológica, la física y tecnológica y la gobernanza.
Dimensión sociocultural: la capacidad de adaptarse a los cambios de la sociedad es clave para la resiliencia urbana. La diversidad de grupos sociales, la cohesión social y su capacidad de aprendizaje e innovación incrementan las posibilidades de respuesta ante situaciones adversas.
Dimensión económica: una economía diversificada y de carácter local es más resiliente. Cuando gran parte de lo que consumimos proviene de otros países o zonas distantes nos convertimos en más dependientes. Los cambios producidos en lugares lejanos nos afectan de forma directa y nuestra capacidad de actuación es limitada.
Dimensión ecológica: la resiliencia ecológica tiene que ver con la extracción de recursos. Nuestro consumo no puede ser mayor que la capacidad que tienen los ecosistemas de producirlos. Asimismo, si estos provienen de tierras lejanas seremos más vulnerables, al igual que ocurre con la dimensión económica. Debemos conservar los ecosistemas cercanos. Estos nos proveen de servicios clave para nuestro bienestar.
Dimensión física y tecnológica: se refiere al entorno construido y a las redes de distribución y comunicación. Esta dimensión es muy relevante cuando se trata de desastres naturales como terremotos o huracanes. Es tan importante la calidad de la construcción como la cantidad de espacios libres y vías de evacuación.
Gobernanza: por un lado, la diversidad de instituciones y grupos organizados de personas favorecen la resiliencia. Por otro lado, hay que garantizar que todos ellos puedan participar en la toma de decisiones. Tanto las administraciones como la ciudadanía organizada deben ser partícipes en la gestión de su ciudad.
Hemos destacado los aspectos más importantes para construir ciudades más resilientes. Los gobiernos locales deberían usarlos como guía sin olvidar que la resiliencia tiene que ir de la mano de la sostenibilidad.
¿A quiénes estamos favoreciendo? ¿Nos estamos preparando para un tipo concreto de adversidades o para cualquier cambio que pueda ocurrir? ¿Contribuimos a reducir las desigualdades o las seguimos perpetuando? La respuesta a estas preguntas puede ser clave para promover la resiliencia sin dejar a nadie atrás.
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