Se cuestiona si la rápida expansión de la COVID-19 ha tenido algo que ver con la alta densidad y los modelos urbanos concentrados de las grandes ciudades
Por Ester Higueras y Elisa Pozo Menéndez, Universidad Politécnica de Madrid
La disciplina urbanística nació para reducir o controlar las enfermedades infecciosas que asolaban a la población durante la Revolución Industrial (s. XIX). Las primeras leyes urbanísticas fueron las higiénicas o sanitarias. Regulaban determinadas actividades fuera de las zonas más densas de población, incluían las redes de abastecimiento de agua y alcantarillado y planes de reforma y renovación urbana.
También surgieron entonces diferentes teorías sobre la organización espacial, social y de producción económica (como los falansterios de C. Fourier, 1808-1837) que dieron lugar a nuevos modelos urbanos. La ciudad-jardín de E. Howard (1889) o la ciudad lineal de Arturo Soria (1885) son algunos ejemplos que se plasmaron en ciudades de nueva creación o zonas de ampliación de núcleos urbanos existentes. Buscaban una armonía entre las ventajas de la ciudad y del campo.
En los tejidos más densos de las ciudades consolidadas, la apertura de amplios bulevares y avenidas fue una solución muy generalizada para garantizar luz, radiación y ventilación como condiciones de habitabilidad mínimas (Haussman en París, la Gran Vía de Madrid, etc.).
El análisis Delivering Healthier Communities in London señaló en 2007 nuevas relaciones entre la ciudad y el entorno construido y sus residentes. Según el documento, las enfermedades urbanas estaban principalmente relacionadas con el estilo de vida sedentario y la mala calidad del aire.
El trabajo recogía una lista de enfermedades cardiovasculares, respiratorias, obesidad, golpes de frío y calor, accidentes y enfermedades mentales. Este registro de enfermedades no infecciosas propias de las grandes aglomeraciones se alinea directamente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 3 (salud y bienestar) y 11 (ciudades sostenibles).
La mayor parte de los parámetros urbanos como densidad de población, ratio de zonas verdes por habitante, patrones de movilidad urbana, distribución de las zonas verdes urbanas, estructura de los usos del suelo y morfología urbana pueden utilizarse para paliar, adaptar y mejorar los condicionantes ambientales de la ciudad del siglo XXI.
En el proyecto UNI-Health (EIT Health BP2019), liderado por el grupo de investigación ABIO-UPM, analizamos y establecimos líneas de acción para mejorar las condiciones de los espacios públicos de la ciudad consolidada, desde una perspectiva del envejecimiento activo y saludable de la población.
Actualmente, participamos en el proyecto internacional URB-HealthS). Su objetivo es definir estrategias y líneas de acción para promocionar la salud y establecer medidas preventivas transversales desde las corporaciones locales con la participación de los ayuntamientos. Sus resultados se presentarán a principios de 2021.
Una de las enseñanzas aprendidas hasta la fecha es la necesidad de adaptar los espacios públicos a las necesidades de una población envejecida, con movilidad reducida (a veces es una cuestión más psicológica que física). Es preciso articular nuevos espacios de convivencia intergeneracional, incluyendo la vegetación en el diseño.
La escala local se considera la más apropiada para articular diagnósticos eficientes y formular respuestas a las necesidades específicas de cada ciudad y cada barrio.
La Red Española de Ciudades Saludables dentro de la Federación Española de Municipios y Provincias y en colaboración con el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social ha desarrollado manuales, medidas e impartido conferencias y seminarios sobre urbanismo y salud para dar a conocer y promover este tipo de nuevas soluciones en la escala local y municipal.
Durante los primeros meses de 2020 nos hemos encontrado con un nuevo panorama a nivel mundial: la expansión de la COVID-19.
Muchas preguntas han aparecido respecto al modelo, funcionamiento y uso de las ciudades. Se cuestiona si la rápida propagación ha tenido algo que ver con la alta densidad y los modelos urbanos concentrados, con los modos de desplazamiento, con los comportamientos sociales o con la falta de medidas preventivas para las enfermedades contagiosas.
Para analizar estos factores hay que iniciar nuevas investigaciones que necesariamente deben ser multidisciplinares, multiagente, estableciendo colaboraciones público-privadas y multigeneracionales. Solo así se pueden articular contingencias futuras bajo los ámbitos social, ambiental, económico, político y urbano, coordinados bajo el ODS 3 (salud y bienestar).
Otro de los temas discutidos es el impacto que el coronavirus tiene en grupos de población vulnerables como las personas mayores y aquellas con afecciones respiratorias, problemas cardiovasculares o diabetes.
Si comparamos los datos de mortalidad por países en Europa, puede verse una relación entre las cifras más elevadas de prevalencia de estas afecciones y defunciones prematuras en general y las altas cifras de fallecimientos por la COVID-19. También se confirma un número bastante elevado de personas mayores en los países donde ha habido más casos.
Las cifras sobre el porcentaje de personas mayores que viven solas en los distintos países –España es la que presenta un porcentaje menor– puede explicar en parte el alto número de decesos en España. En otros países, las viviendas con servicios, el cohousing o los programas intergeneracionales son alternativas más generalizadas para la población senior.
En cualquier caso, será necesario revisar el modelo de cuidados e integrarlo en el diseño de las ciudades. En España será necesario cuestionarse los modelos residenciales y su gestión, que desde hace años se habían venido denunciando.
También resulta interesante que tanto en Italia como España parece que las personas mayores tienen menos acceso a internet. Dada la necesidad de la tecnología para permanecer en contacto con las familias, facilitar las comunicaciones y utilizar el big data, puede ser un dato interesante a tener en cuenta más adelante.
Para el presente, nos hemos centrado en las cinco ciudades con mayor población de Europa (Eurostat, 2020) para observar las dinámicas de movilidad en las últimas semanas.
A primera vista, los valores que presentan mayores variaciones son la movilidad en parques y espacios verdes y a tiendas de productos frescos y farmacias. Aquí se aprecia una diferencia importante entre Londres y Berlín y el resto de ciudades: París, Milán y Madrid.
Resulta evidente que estas dinámicas vienen condicionadas por la declaración de estado de alarma y las restricciones más o menos estrictas de cada país. Sin embargo, cabe preguntarse por los beneficios del contacto con la naturaleza y la capacidad de permanecer durante el confinamiento en mejores condiciones de salud física y, sobre todo, mental, y los patrones de consumo en comercios locales de proximidad.
La siguiente tabla recoge los datos correspondientes a la infraestructura verde de las ciudades analizadas:
Se puede apreciar que tanto Berlín como Londres y Madrid se clasifican como fragmented cities. Su infraestructura verde está desconectada y existe un alto grado de superficies impermeables frente a escasas superficies verdes. El siguiente mapa muestra el porcentaje de espacio verde en las ciudades y la superficie de áreas verdes por habitante correspondiente en cada ciudad:
A los valores de infraestructura verde, que tienen un enfoque ambiental, sería preciso añadir el factor de la salud: la accesibilidad de los espacios verdes por la población tiene efectos positivos relacionados la reducción del estrés, la realización de actividad física, etc.
Madrid, por ejemplo, presenta espacios verdes principalmente fuera del anillo de la M30. Solo los residentes de estas zonas más periféricas tendrían acceso a parques de proximidad.
En Londres y Berlín parece que las personas siguen manteniendo su actividad física en los parques y espacios verdes. Esta medida coincide con el alto nivel de desarrollo de los planes estratégicos de infraestructura verde y azul, promoción de la salud y salud mental en estas ciudades.
Los valores respecto a la movilidad en las estaciones de transporte en Berlín podrían ser debidos al uso generalizado de otros medios de transporte como la bicicleta. Los patrones de movilidad relacionados con los comercios de proximidad y de pequeños productores también muestran una disminución menor. Son dinámicas y elementos que, junto con el mapeo de las redes de solidaridad de los barrios, pueden ayudar a entender la resiliencia de las ciudades y comunidades frente a epidemias.
Todavía es pronto para poder establecer comparaciones a escala urbana sobre los datos de la pandemia de la COVID-19. Pero cabe preguntarse por la resiliencia de las ciudades para hacer frente a estas nuevas situaciones de emergencia.
En urbanismo y medioambiente llevamos años trabajando en la mitigación de los efectos del cambio climático y la adaptación de las infraestructuras de las ciudades para hacer frente a posibles escenarios futuros. La salud y la prevención de enfermedades no transmisibles es otro de los grandes temas de investigación para evitar muertes prematuras y mejorar la calidad de vida de las personas.
La aparición de la COVID-19 ha puesto de manifiesto una vez más la necesidad de repensar las ciudades y los espacios donde habitamos con el objetivo prioritario de asegurar la salud y la calidad de vida de la población.
Tampoco podemos olvidar que la esencia de la ciudad es la densidad y la complejidad de actividades. Salvador Rueda ya estableció cuatro atributos indispensables para un ecobarrio o ecociudad: densidad, complejidad, eficiencia y cohesión social.
Ahora vemos que no solo tenemos que dar respuesta a la cuestión de la eficiencia energética (que resuelva los ciclos de materia y energía de la ciudad). Hay que garantizar también una eficiencia sanitaria de las ciudades de cara al futuro.
Una posible solución consiste en establecer áreas de salud preventivas delimitadas en torno a centros de salud especializados en enfermedades infecciosas que puedan articular medidas a escala de barrio y controlen los parámetros de salud de sus vecinos.
Estas áreas deben ir acompañadas de un cuidado social en los espacios públicos, donde elementos de prevención temporal se puedan ir articulando según las necesidades. Una nueva responsabilidad de uso del espacio público nos ayudará a manejar y gestionar de forma óptima propagaciones incontroladas.
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